Mi calle (I)
Hace unos años, en el 2003, escribí para el programa “la ventana de Millás” este relato para el epígrafe que esa semana tocaba, "mi calle":
“MI CALLE SIN NOMBRE.
¿Mi calle? No sé, no sé muy bien cuál es mi calle. He vivido en muchas a lo largo de mi vida. Sólo en Madrid, en más de cuatro. Pero no soy consciente de haber considerado a ninguna mía…Quizá no viví en ninguna el tiempo suficiente. Mi novio dice que no entiende tantos escrúpulos, que todo el mundo llama “mi calle” a la calle en la que vive, sin más, y que si yo no lo hago es por esa extraña idea de la permanencia que siempre he tenido en la cabeza. Es posible que tenga razón, creo que necesito demasiado al factor tiempo para hacer mías incluso las cosas que me vienen dadas. Nada más nacer, viví en una calle de un pueblo del Norte desde la cual se veían las montañas nevadas sólo con mirar hacia arriba. Me crié en distintas calles de un pueblo del Sur, donde mi más nítido recuerdo me lleva al menos a parpadear, para intentar eludir la luz del sol reflejada en las paredes encaladas de la mayoría de las casas. De la adolescencia, sólo me quedo con un inconformismo que me hacía, en extremo, no reconocer que vivía en una calle llamada Tras de la Puerta. Que teníamos unos vecinos estupendos, todo tipo de tiendas e incluso una agencia de viajes, lo descubrí más tarde. De las calles de Madrid, jamás olvidaré el “todo a cien” de Vallehermoso donde encontraba siempre todo, ni el bar donde nos reuníamos los amigos con la excusa de oír música en directo de Meléndez Valdés, ni las conversaciones del taquillero de metro, sobre todo al principio de mes, cada vez que compraba los billetes uno a uno en la parada del Paseo de Extremadura, ni el pulpo del gallego de Marqués de Zafra… Si pudiera cerrar los ojos, e imaginar una calle orientada a las montañas cubiertas de nieve, con muchísima luz, con unos vecinos estupendos, con todo tipo de tiendas (incluida por supuesto una agencia de viajes y un todo a cien), con un taquillero de metro con vocación de filósofo, un gallego, y un bar donde me reuniera con mi gente, esta sí permanecería en mi recuerdo y podría llamarla mi calle. Una calle imaginaria pero basada en hechos reales. Una calle sin nombre. Mi calle sin nombre”.
“MI CALLE SIN NOMBRE.
¿Mi calle? No sé, no sé muy bien cuál es mi calle. He vivido en muchas a lo largo de mi vida. Sólo en Madrid, en más de cuatro. Pero no soy consciente de haber considerado a ninguna mía…Quizá no viví en ninguna el tiempo suficiente. Mi novio dice que no entiende tantos escrúpulos, que todo el mundo llama “mi calle” a la calle en la que vive, sin más, y que si yo no lo hago es por esa extraña idea de la permanencia que siempre he tenido en la cabeza. Es posible que tenga razón, creo que necesito demasiado al factor tiempo para hacer mías incluso las cosas que me vienen dadas. Nada más nacer, viví en una calle de un pueblo del Norte desde la cual se veían las montañas nevadas sólo con mirar hacia arriba. Me crié en distintas calles de un pueblo del Sur, donde mi más nítido recuerdo me lleva al menos a parpadear, para intentar eludir la luz del sol reflejada en las paredes encaladas de la mayoría de las casas. De la adolescencia, sólo me quedo con un inconformismo que me hacía, en extremo, no reconocer que vivía en una calle llamada Tras de la Puerta. Que teníamos unos vecinos estupendos, todo tipo de tiendas e incluso una agencia de viajes, lo descubrí más tarde. De las calles de Madrid, jamás olvidaré el “todo a cien” de Vallehermoso donde encontraba siempre todo, ni el bar donde nos reuníamos los amigos con la excusa de oír música en directo de Meléndez Valdés, ni las conversaciones del taquillero de metro, sobre todo al principio de mes, cada vez que compraba los billetes uno a uno en la parada del Paseo de Extremadura, ni el pulpo del gallego de Marqués de Zafra… Si pudiera cerrar los ojos, e imaginar una calle orientada a las montañas cubiertas de nieve, con muchísima luz, con unos vecinos estupendos, con todo tipo de tiendas (incluida por supuesto una agencia de viajes y un todo a cien), con un taquillero de metro con vocación de filósofo, un gallego, y un bar donde me reuniera con mi gente, esta sí permanecería en mi recuerdo y podría llamarla mi calle. Una calle imaginaria pero basada en hechos reales. Una calle sin nombre. Mi calle sin nombre”.
4 no pudieron callarse:
!Cómo eres! ni a la calle la quieres llamar mía. ¿Alguna vez consideraras a algo o a alguien tuyo? Ese desprendimiento está muy bien, pero también hace que las personas que pueden estar a tu lado, tus parejas, por ejemplo, piensen que no las necesites. Un beso, guapa. Te leo habitualmente
Te comprendo perfectamente, mucho más de lo que crees. Desde que nací, he vivido en 14 casas diferentes, en 13 calles distintas. Y tampoco he sentido que alguna de ella fuera mi calle.
Cada una ha cubierto una parte de mi tiempo y de mi vida, y en cada uno guardo recuerdos, algunos borrosos, pero no es mi calle. En la que estoy ahora lelvo dos años, y simplemente es la calle donde vivo hoy, porque sigo sin saber dónde estaré mañana...
Quizá sea que tampoco me gusta mucho el sentido de propiedad, y que de alguna manera como ninguna casa ha sido nunca "mia" tampoco lo son las calles donde estaban.
Si me hubieras dejado compartir contigo esa calle sin nombre...
Preciosa descripción.
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