¿Fin o comienzo de mes?
Cuando vuelvo a mi rincón, a mi sitio de ahora, a menudo atravieso “lugares” fértiles. Una luz blanca, directa, deslumbrante, que no podían retener las ramas sin hojas de los árboles, me ha cegado a última hora de la mañana y me ha hecho inspirar profundamente para continuar caminando. Una luz de otoño, caída de pleno, como a manos llenas. Una luz extraña, inusual, inesperada. Una luz que no recordaba haber visto nunca en esta época del año y en este lugar, y que parecía haberme encontrado por sorpresa para que yo cayese en la cuenta de su existencia. He entrado rápido en el edificio, he cerrado la puerta de mi despacho, me he quitado la chaqueta y la bufanda y las he colgado en el perchero, como siempre. Luego me he sentado, he intentado vanamente encender el ordenador (nunca enciende a la primera): una, dos veces. A la tercera me he parado unos instantes y lo he dejado estar. Me he vuelto a poner la chaqueta y la bufanda. Al principio me iba sin bolso. Luego lo he cogido, casi sin pensarlo. Y al volver a salir a la calle he mirado atentamente a los árboles desnudos y escuálidos, y a la luz que los vestía altiva, casi con descaro. No sólo era extraña, inusual e inesperada, era extraordinaria. Maravillosamente extraordinaria y bella. Y cuando la vida nos sorprende con algo extraordinario, creo que nuestras respuestas también han de serlo.
Acabo de regresar a casa. Hoy ha sido una tarde de confidencias y risas compartidas frente a un colacao calentito. Y, mañana, vienes tú. No te quejes si te doy besos todo el rato. Estoy contenta y vuelvo a ver mis limitaciones más pequeñas.
Acabo de regresar a casa. Hoy ha sido una tarde de confidencias y risas compartidas frente a un colacao calentito. Y, mañana, vienes tú. No te quejes si te doy besos todo el rato. Estoy contenta y vuelvo a ver mis limitaciones más pequeñas.