Los días de lluvia, los días de primavera de lluvia, los días de primavera de lluvia en los que a ratos sale el sol, a ratos se nubla, a ratos llueve íntensamente, a ratos chispea, y a ratos el cielo se queda raso, me gustan. Me recuerdan a la vida misma. Con cambios, con temporal y calma, con ruido y silencio, con sol y sombra. Un poco raros. Un poco locos. Acompañando a las mañanas, resistiendo a las tardes largas y apacentando a las noches. Haciendo lo que les toca. Lo que corresponde a su tiempo y a su momento. Y qué suerte que les toque ser y vivir de esta manera…Como aquel día, aquel día de lluvia, de primavera de lluvia, de primavera de lluvia fuerte, en el que escondidos tras los soportales del Gran Café, tú me recitabas este poema, mientras mirabas al futuro, y yo, al aquí y al ahora…
“Ves estas manos? Han medido
la tierra, han separado
los minerales y los cereales,
han hecho la paz y la guerra,
han derribado las distancias
de todos los mares y ríos,
y sin embargo
cuando te recorren
a ti, pequeña,
grano de trigo, alondra,
no alcanzan a abarcarte,
se cansan alcanzando
las palomas gemelas
que reposan o vuelan en tu pecho,
recorren las distancias de tus piernas,
se enrollan en la luz de tu cintura.
Para mí eres tesoro más cargado
De inmensidad que el mar y sus racimos
y eres blanca y azul y extensa como
la tierra en la vendimia.
En ese territorio,
de tus pies a tu frente,
andando, andando, andando,
me pasaré la vida”
(Neruda, “La infinita”, Los versos del Capitán)