pandemonium invierno Pandemonium: enero 2012

sábado, enero 21, 2012

Annabel Lee




Como cada amanecer, desde hacía 50 años, se colocó su blanca bufanda, su abrigo negro y el sombrero de ala ancha. Se miró una vez más al espejo.

Sabía que su disfraz era perfecto:
Hacía tiempo que se había despojado de su larga melena rubia. Al principio, cuando se peinaba, podía rememorar -incluso notar- las diestras manos de su amado deslizándose una y otra vez sobre su cabello recién cepillado. ¡Echaba tanto de menos esas caricias!. Pero poco a poco, con cada pasada del peine, sentía que aquella mano que recordaba hacía mucho que no la mimaba y eso le había hecho daño. Hasta que se cortó el pelo.

La bufanda. Nadie lo sabría nunca, pero esa bufanda blanca es lo único que encontró al lado de la carta en la que él le decía que se reuniría con ella en el lugar donde había sido enterrado. Y, la verdad, es que le encantaba su tacto suave y su color inmaculado que brillaba a la luz de la luna.

El sombrero era indispensable si quería ocultar su cara. No es que fuera necesario esconderse, pero siempre había preferido la ambigüedad y la tranquilidad que da el anonimato. Sobre todo cuando una se dispone a visitar una tumba a las 5 de la mañana.

La naturaleza por su parte, le había regalado un cuerpo de anchos hombros y sus formas se ocultaban fácilmente bajo el grueso abrigo, necesario por otra parte en las frías noches de invierno de Maryland.

Así que cogió las rosas, recorrió la distancia que separaba el pequeño piso del cementerio y se fue a su cita. No le molestaba que la gente hablara de su rito anual, incluso le gustaba que muchos pensaran que una de las flores era en honor al propio Allan Poe, otra a Virginia y otra para su madre.
Aunque, en realidad, las rosas eran para Allan, todas. Simplemente 3 rosas porque le amaba, porque le esperaba y porque confiaba en que cumpliera su promesa. Los ángeles del cielo y los demonios del mar se habían esforzado en vano. Volverían a estar juntos...y lo celebrarían brindando con coñac mientras se volvían a abrazar.
Dejaría entonces crecer de nuevo su pelo, para que él pudiera volver a acariciarlo.

Annabel Lee nunca recordaba cómo llegaba a ese piso de Baltimore, tampoco su edad. Ni porqué, siempre que se despertaba, el reloj del aparcamiento marcaba el día 19 de enero.

Hoy, cincuenta y un años después de acudir religiosamente a su cita, él cogería por fin sus rosas, tomaría un trago de coñac y se fundirían en un abrazo desapareciendo entre la niebla para siempre.
Los curiosos que se empezaban a arremolinar en la zona ya no encontrarían tres rosas y una botella de coñac a medias en su tumba. Nunca más, que diría el cuervo.






PD: La última vez que la tumba del poeta despertó adornada con tres rosas y una botella de coñac a medias fue el 19 de enero de 2009, año en el que se celebraba el 200 cumpleaños de Edgar Allan Poe.

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