pandemonium invierno Pandemonium: marzo 2013

domingo, marzo 31, 2013

Su viaje, tu viaje, el viaje ...


Apenas sin darse cuenta, fue formando una familia. Sus hijos crecieron y, casi sin querer, fundaron también la suya.
Poco a poco, empezó a ocuparse de nuevas rutinas sin vaciar ni un solo minuto para descansar.
Le gustaba alargar sus tareas, montarse en el metro y fingir - como el resto de "los de ciudad" - indiferencia. Era una parte del viaje.

Aunque no se le escapaba la desgana con que vestían muchos de los que se cruzaban con él. Esos pantalones caídos, dejando entrever la ropa interior, le hacían poca gracia. Siempre le había gustado revelarse. Incluso en aquella época en que no entendía el idioma, se esforzó por no pasar desapercibido y, muchas veces sin ser plenamente consciente de los riesgos, se había burlado del orden establecido. Siempre le salió bien. Pero esos pantalones incómodamente apoyados en las caderas le hacían torcer el gesto...¡si es que hasta parecía poco práctico!.

Y todos esos ordenadores de infinitos tamaños. 
Ya nadie hablaba directamente con el viajero del asiento contiguo. Incluso en la época de libros y periódicos se podía entablar una buena conversación con quien parecía no estar demasiado concentrado en la lectura. Nada transcendental: el atletic, la lluvia, las obras de tal o cual tramo que no se terminaban nunca... Ahora casi todos llevaban cascos o un miniordenador en la mano. Él se había negado a utilizar uno a pesar de la insistencia de sus hijos. Eso no era lo suyo.
Los libros, tampoco. Pero eso es otra historia.
De vez en cuando, le dolían la rodilla y los tobillos... casi desde el accidente, pero sabía llevar esa cruz. Siempre había sido un hombre duro.

Con lo que no podía era con esta sensación de inestabilidad. Apenas comía. ¿Cómo comer en un velero en plena tempestad? ¿Cómo meterse al metro viendo el suelo moverse en cada paso? Y eso es lo que él sentía. 
Aunque después de la respuesta del neurólogo se encontraba mejor...o eso deseaba pensar. Las pastillas empezaban a hacerle efecto. Si, empezaba a controlar el barco en el que parecía mecerse...¿Qué iba a hacer si no?  Tenía que ganar tiempo. Tenía que pensar. Le habían dicho que tenía un quiste o algo así en no sé qué ventrículo. El cuarto, parece ¿pero cuántos ventrículos tenemos? ¿Y dónde?. Y este maldito barco sigue moviéndose...eso sí, un poco menos. Hoy, un poco menos.
Contaba una y otra vez cómo se mareaba, cómo se le revolvía todo a cada instante, sobre todo al despertar cada mañana...porque no se atrevía a revelar directamente el miedo que le atenazaba.
¿Era esa su última puerta? Ni siquiera se atrevía a plantearse esa pregunta abiertamente.
Recordaba su reciente operación de huesos, cuando no dejaba de sangrar y le tuvieron que poner una transfusión. Se prometió a si mismo que, si podía evitarlo, no pasaría de nuevo por el quirófano ... Le costó tanto despertarse. Ahora...¿qué hacer?
Estaba en un terreno desconocido. Esto no era lo mismo.

Solo, en esta nave que no estaba preparado para embarcar, con su angustia saludando a los del exterior y esbozando una sonrisa intentando que no pareciera una despedida...
Y, mientras, el barco seguía moviéndose.

¿Cómo hacerla partícipe de su angustia? la destrozaría. Veía en sus ojos que ella ya había pensado en eso. Tenía que mantener la compostura. 
Por ella, su mujer. Por ellos, sus hijos, que siempre han visto cómo salía riéndose de cualquier contratiempo...
Aunque, esta vez,  este maldito oleaje le estaba matando.
No sabía qué iba a hacer:
Si se arriesgaba a la operación, tal vez, no saliera de ella... o, tal vez, sufriera alguna secuela...
porque dicen que no es fácil quitar algo que crece en la cabeza.
Pero si no lo hacía, el oleaje seguiría zarandeando la embarcación también hasta el final...
Aunque comentan que hay alternativas: le hablan de radioterapia y esas cosas que compran una calma temporal hasta que el tiempo desencadena de nuevo la tormenta y, esta vez, el velero no deja ya nunca de moverse...
Quieren que decida él. ¿Y qué puede hacer? porque él, simplemente, no quiere estar en este barco. No quiere navegar por ese mar...

Mientras, su familia le mira a medias, intentando sonreír y darle esperanzas... pero sigue siendo él quien está en la nave. Es para él que  está danzando el mar.
Respira hondo. Contempla el sol, las olas... el mar de nuevo.
Luego la mira a ella. También a ellos a su lado. Esboza una sonrisa que no es una despedida, sino un beso. Un beso de agradecimiento por todos esos momentos que le han dado. Bueno, él deseaba un nieto con su rebeldía, pero se lo perdona a los dos al ver en sus ojos ese rastro de determinación que él mismo recuerda siempre en los suyos.
Toma una decisión. Y, sereno, se sube al navío...
Tal vez su último viaje. E intenta con todas sus fuerzas paliar el vértigo con las sonrisas que ella le regala cada día; con el pelo que se le cae a manojos cuando uno, inocentemente, se lo toma sin compasión; con las palabras -no siempre políticamente correctas, pero siempre sinceras- que el otro le suelta siempre que está a su lado.
Los quiere y está orgulloso. Y, de repente, eso es lo importante.
Buena proa, compañero!!  Ánimo, marinero!!

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