En la ciudad de Kafka
… A veces te esperan, pero tienes que llegar al sitio donde te estaban esperando. Y eso no siempre es fácil, no…pero te esperan, y tú tienes que estar despierto y sereno para saber llegar…
…El muro de piedra cubierto de flores y enredaderas que delimitaba la parte izquierda de la calle, se nos antojó demasiado frío al poner el pie en los adoquines pequeñitos y resbaladizos de “Novy Svet, 9”. Pero fue sólo una mezcla de capricho y antojo, y duró poco tiempo. Cuando nos dimos cuenta de que había que seguir las miguitas de pan que estaban en el camino y que nuestra precipitación nos había impedido apreciar, nos adentramos en un mundo de puertas de madera aparentemente cerradas a cal y canto, que se abrían con delicadeza y poco a poco a nuestros ojos y nos permitían descubrir un “Nuevo Mundo” desconocido para nosotros… Los altos techos abuhardillados con vigas de madera, los ventanales a tres bandas que captaban cualquier rayo de luz que asomase en el cielo, y las hojas caídas rojizas y amarillentas que adornaban el patio interior, fueron nuestro primer asombro. Luego vinieron la casita-cocina de madera llena de aperos de labranza de otras épocas, de frutos secos del bosque, de zumos exprimidos y chocolate caliente hecho a mano, de bollos recién horneados en el fuego. Los largos paseos por la ciudad vieja, de un lado a otro del puente, de una orilla a otra, casi acariciando a los cisnes, casi acariciando al agua. Los descansos en los bancos de detrás de la catedral, a mitad de bajada, al sol de otoño, saboreándolos, disfrutándolos. Los tés humeantes. Ella acompañándonos al aeropuerto por el arcén de la carretera, con el corazón en la garganta, bromeando, sonriendo, de gratis, porque sí…Y, sobre todo, con vosotros, escuchando a Bach, Smetana y Tchaikovsky en aquella iglesia barroca, al atardecer, haciendo bailar al alma.