Hombres tristes, hombres normales
...Mi jefe dijo durante la cena que él siempre había creído que había dos tipos de hombres: los tristes y los normales. No sé muy bien por qué pero esa era la única idea que quedó en mi cabeza de la noche anterior y que traía conmigo ayer, desde Palma, mientras volaba de regreso a Madrid. Quizá la sensación de estar deslizándome por una pista de hielo, cuando las nubes parecían haber perdido su volumen asimétrico y la densidad de las mismas no dejaba ningún resquicio para el azul que se imaginaba debajo, hizo que toda la sobreexcitación de la noche anterior -música alta, voces que para oírse se alzaban por encima del tono habitual, luces, desvelo, también diversión, cierto aturdimiento ...- desapareciera.
Hombres tristes y hombres normales...por un momento pensé que en este mundo de contrastes, hacía mucho que no había oído dos términos aparentemente no antagónicos como únicas alternativas posibles (el bien/el mal, la generosidad/la avaricia, la sensualidad/la torpeza...), y sin embargo, nada recordaba que se hubiese dicho sobre los hombres alegres ...Miré a mi alrededor y el señor del otro lado del pasillo, con cara de cierto interés leía "la sombra del viento". La chica de atrás, arropada con una mantita, dormía; el bohemio con bufanda de Armani, tenía la mirada perdida y sonreía de vez en cuando, solo -el cansancio me impidió imaginar más, aunque seguiría en la isla-; la azafata me ofreció con una sonrisa amable, pero más forzada que natural, algo de beber...Haciendo poco caso a las instrucciones habituales, quise ponerme de pie. Paseé por el pasillo y disimulé caminar hacia el servicio. Cuando llegué a la cola del avión, me quedé quieta, volví a mirar a mi alrededor, de dentro, y de fuera, y ahora ya, diferenciando las nubes del cielo -las maravillosas, especialmente las ópticas, supongo que son irremediablemente fugaces- pero sin dejar de asombrarme de estar por encima de ellas, miré al de la novela, a la chica, al moderno desaliñado, a la azafata, y no pude sino pensar quién de nosotros sería el triste y quién el normal.
La pareja de ancianos, extraordinariamente normales, que se daban la mano mientras la cabeza de él se acurrucaba en el seno de ella, sin duda, no formaban parte de esa clasificación. Sus rostros eran alegres y la tristeza no parecía haberlos acompañado nunca...
E. Murillo
Hombres tristes y hombres normales...por un momento pensé que en este mundo de contrastes, hacía mucho que no había oído dos términos aparentemente no antagónicos como únicas alternativas posibles (el bien/el mal, la generosidad/la avaricia, la sensualidad/la torpeza...), y sin embargo, nada recordaba que se hubiese dicho sobre los hombres alegres ...Miré a mi alrededor y el señor del otro lado del pasillo, con cara de cierto interés leía "la sombra del viento". La chica de atrás, arropada con una mantita, dormía; el bohemio con bufanda de Armani, tenía la mirada perdida y sonreía de vez en cuando, solo -el cansancio me impidió imaginar más, aunque seguiría en la isla-; la azafata me ofreció con una sonrisa amable, pero más forzada que natural, algo de beber...Haciendo poco caso a las instrucciones habituales, quise ponerme de pie. Paseé por el pasillo y disimulé caminar hacia el servicio. Cuando llegué a la cola del avión, me quedé quieta, volví a mirar a mi alrededor, de dentro, y de fuera, y ahora ya, diferenciando las nubes del cielo -las maravillosas, especialmente las ópticas, supongo que son irremediablemente fugaces- pero sin dejar de asombrarme de estar por encima de ellas, miré al de la novela, a la chica, al moderno desaliñado, a la azafata, y no pude sino pensar quién de nosotros sería el triste y quién el normal.
La pareja de ancianos, extraordinariamente normales, que se daban la mano mientras la cabeza de él se acurrucaba en el seno de ella, sin duda, no formaban parte de esa clasificación. Sus rostros eran alegres y la tristeza no parecía haberlos acompañado nunca...
E. Murillo
1 no pudieron callarse:
...Sí, pero cuando "un uno" se repite, y sobre todo se repite su actitud vital, parece que el estar se transforma en ser...
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