Madrid, una tarde de enero de 2005
Esta tarde, al bajarme del taxi, he caminado a paso ligero hasta la iglesia. Había mucha gente en la puerta, en pequeños grupos, pero ninguna cara conocida. Yo buscaba su barba, su aspecto algo encorbado y su mirada cálida y afable. Sin éxito me he apresurado a entrar, pero ya había comenzado la siguiente misa. No he llegado a tiempo, y ya se habían ido todos, se había ido él. Maldita sea! ….dichosa gripe…inoportuna gripe. Si no hubiera faltado al trabajo el resto de la semana, podría haber faltado hoy…pero hoy, ya no podía faltar. Quería verlo, quería darle un abrazo y decirle con la mirada y con algunas palabras, sé que con pocas, nunca he hablado muchas con él, que lo sentía mucho. Siento mucho lo de su padre. Sé que todo ha sido tan repentino que ni siquiera él ha sido consciente. También sé que el hombre tenía sus años, pero al fin y al cabo, su hijo, es su hijo, y su padre, ya no está. Como le dijo a Susana, su padre se le había ido.
De vuelta, he pensado en conocidos y compañeros que han preferido no ir, que han optado por hablar con él en privado, luego, cuando todo hubiera pasado. Muchos me han dicho que los funerales no iban con ellos. Mi departamento siempre ha sido poco protocolario, la verdad. Y yo, generalmente, coincido en serlo, poco protocolaria, quiero decir; pero, sin embargo, en este caso he querido seguir el protocolo. Y no sabía muy bien por qué a priori, yo tampoco me siento bien en estos actos…pero creo que no cabe que no vayan con uno. Tienen que no ir con el otro. Y, no sé cuándo percibí que con el otro van. Que vivimos en sociedad y que necesitamos que nuestro amplio entorno sepa quien es nuestro entorno más estrecho, que lo vean allí, con nosotros. Es una lástima que la sociedad civil en su fanatismo laicista no haya tomado de la religión muchos de sus ritos. Estoy convencida de que el rito es necesario, porque tiene un significado, y porque transforma ese significado a su vez, en rito. Y el tránsito tiene que producirse. Y no creo que el segundo pueda llegar sin que el primero exista.
…Ahora pensaré en él, y en cómo se encontrará, pero no sé qué decirle, y tengo la sensación de que fuera de aquella iglesia del Parque de las Avenidas, no basta con la mirada, ni con el abrazo, ni con pocas palabras…
De vuelta, he pensado en conocidos y compañeros que han preferido no ir, que han optado por hablar con él en privado, luego, cuando todo hubiera pasado. Muchos me han dicho que los funerales no iban con ellos. Mi departamento siempre ha sido poco protocolario, la verdad. Y yo, generalmente, coincido en serlo, poco protocolaria, quiero decir; pero, sin embargo, en este caso he querido seguir el protocolo. Y no sabía muy bien por qué a priori, yo tampoco me siento bien en estos actos…pero creo que no cabe que no vayan con uno. Tienen que no ir con el otro. Y, no sé cuándo percibí que con el otro van. Que vivimos en sociedad y que necesitamos que nuestro amplio entorno sepa quien es nuestro entorno más estrecho, que lo vean allí, con nosotros. Es una lástima que la sociedad civil en su fanatismo laicista no haya tomado de la religión muchos de sus ritos. Estoy convencida de que el rito es necesario, porque tiene un significado, y porque transforma ese significado a su vez, en rito. Y el tránsito tiene que producirse. Y no creo que el segundo pueda llegar sin que el primero exista.
…Ahora pensaré en él, y en cómo se encontrará, pero no sé qué decirle, y tengo la sensación de que fuera de aquella iglesia del Parque de las Avenidas, no basta con la mirada, ni con el abrazo, ni con pocas palabras…
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