Pero esta luz, esta, sólo en días como hoy, en días de resaca de mucho amor, la veo.

...Las nubes blancas entre un cielo azul, las casitas bajas con tejas de arcilla seca dispersas en el campo, la tierra de labranza en contraste con la hierba verde descansando de la siembra, las montañas al fondo, difusas, y esa luz, esa luz brillante y tenue a la vez, casi indescriptible, de las tardes de invierno, que envuelve a las nubes, a las casas con sus tejas, al campo, a la tierra de labor, a la hierba, y que parece emanar de un lugar ignoto…Es el paisaje que veo a través de la ventanilla del tren.

Mientras, pienso en lo importante que es darnos, que nos den, dejando que nos den. Cuando esa “entrega” se produce de manera natural, muchas de las dudas, de los desasosiegos, de las preocupaciones, de las inseguridades, de los miedos que a veces nos invaden, se desvanecen, así, sin más (o sin menos). Es así. Es como si el propio acto de querer y ser queridos, dejándonos querer, fuese el camino, el mejor de los caminos para sentirnos vivos, alegres, en calma; y el mejor camino para reconocer las dudas, lidiar con los desasosiegos y las preocupaciones, aceptar las inseguridades y afrontar los miedos. Es crecer, es ensancharnos.

Cuántas veces he recorrido esta campiña y he mirado a través de los cristales. Cuántas. Pero esta luz, esta, sólo en días como hoy, en días de resaca de mucho amor, la veo.