Orgullo Ciudadano
“Me humilla quien humilla a los otros; y nada se hace o dice que no recaiga en mí”. Así decía Walt Whitman en su “Canto a mí mismo”.
A mí me humilla que se organice un autobús con gente de mi pueblo para ir a Madrid a arremeter contra el matrimonio homosexual y contra la adopción por parejas homosexuales. Me humilla que los que antes se reían de los “manifestantes y pancarteros” acudan a la manifestación para humillar a sus vecinos, para negarles los derechos quizá a sus hermanos, a sus primos, quién sabe si a sus hijos sin ellos saberlo. Vergonzoso que esta gente sólo vaya a Madrid para dos cosas: para pedir más ayudas para el campo y seguir viviendo de las subvenciones y seguir comprándose todoterrenos y chalet con piscina. Y ahora también para unirse en el mal llamado “foro de la familia”, cuando debía llamarse foro contra los derechos de los homosexuales, foro contra la igualdad.
Me humilla que un partido mayoritario llame a declarar al Senado a un tarado del opus dei a decir que los homosexuales generalmente son hijos de padres alcohólicos y madres sobreprotectoras, entre otras perlas. Me humilla que el presidente de la conferencia episcopal (con más pluma que siete maricones juntos viendo eurovisión) diga que la ley recién aprobada en España es un atentado contra el sacramento del matrimonio. Pero lo que más duele es que lo diga en nombre de Dios.
Por eso no pude aguantarme y fui a unirme a Madrid a la manifestación del orgullo gay, que este año se llamaba “orgullo ciudadano”. Y lo que me encontré allí fue algo muy distinto a lo que la derecha y la empresa que monopoliza la palabra de Dios (mal llamada iglesia) se empeñan en ver. Allí no había “depravados” “desviados” “con conductas desordenadas”… Allí había gente, pueblo llano: homosexuales, padres de homosexuales, cristianos homosexuales… y muchos heterosexuales. Gente que está hasta harta de aguantar durante tantos siglos que se les humille a si mismos o a sus familiares o amigos por haber nacido maricón o lesbiana. Allí había gente que te pedía perdón si te rozaba o te pisaba sin querer, gente con la que con dos palabras iniciabas una conversación; y con ganas de pasárselo bien y de disfrutar de estar juntos luchando a base de música y baile (sin bombas ni portaaviones) contra una discriminación de siglos.
Allí sentí que se iniciaba la culminación de un proceso de tolerancia que en la sociedad se viene fraguando desde que el 28 de junio de 1969 (ver artículo anterior de este que escribe) unos maricas de nueva york se rebelaran contra los policías que una vez más venían a pegarles sólo por ser maricas. Y allí sentí una vez más que la sociedad, los homosexuales, sus padres y madres, sus amigos, sus vecinos se habían adelantado a las instituciones e incluso al mismo lenguaje. Todavía subsiste un lenguaje machista cuando ya nadie que tenga una mínima cultura es machista. De la misma manera subsisten expresiones atávicas como “maricón” “mariconazo” y todas sus variantes insultantes, cuando ya poco daño quiere infligir el que lo dice y poco daño hace al insultado.
El otro día un amigo, padre de dos hijos me animó a ir a la manifestación porque él no podía saber cómo le iban a salir sus niños, pero si le salían “de la acera de enfrente” quería que se encontraran un mundo mejor, más tolerante. Cuando llegué a la manifestación lo primero fue una plaza llena de gente de todo pelaje. Desde un camión, un bombero lanzaba un chorro enorme de agua hacia arriba para refrescar a los asistentes. Desde que me ví saltando de alegría con todos los que allí había, bajo un chaparrón artificial, todos mirándonos como si fuéramos de la misma familia; y la mezcla de agua y sol nos regaló un arcoiris invadiendo la plaza de Neptuno. Desde ese momento supe que mi amigo podía estar tranquilo y que sus hijos se criarán en un sociedad más abierta, más tolerante con lo diferente. Un mundo más amable, más humano, menos raro, que decía la canción. Y eso, por mucho que le pese a la conferencia episcopal y los dinosaurios y catetos que aún pululan.
A mí me humilla que se organice un autobús con gente de mi pueblo para ir a Madrid a arremeter contra el matrimonio homosexual y contra la adopción por parejas homosexuales. Me humilla que los que antes se reían de los “manifestantes y pancarteros” acudan a la manifestación para humillar a sus vecinos, para negarles los derechos quizá a sus hermanos, a sus primos, quién sabe si a sus hijos sin ellos saberlo. Vergonzoso que esta gente sólo vaya a Madrid para dos cosas: para pedir más ayudas para el campo y seguir viviendo de las subvenciones y seguir comprándose todoterrenos y chalet con piscina. Y ahora también para unirse en el mal llamado “foro de la familia”, cuando debía llamarse foro contra los derechos de los homosexuales, foro contra la igualdad.
Me humilla que un partido mayoritario llame a declarar al Senado a un tarado del opus dei a decir que los homosexuales generalmente son hijos de padres alcohólicos y madres sobreprotectoras, entre otras perlas. Me humilla que el presidente de la conferencia episcopal (con más pluma que siete maricones juntos viendo eurovisión) diga que la ley recién aprobada en España es un atentado contra el sacramento del matrimonio. Pero lo que más duele es que lo diga en nombre de Dios.
Por eso no pude aguantarme y fui a unirme a Madrid a la manifestación del orgullo gay, que este año se llamaba “orgullo ciudadano”. Y lo que me encontré allí fue algo muy distinto a lo que la derecha y la empresa que monopoliza la palabra de Dios (mal llamada iglesia) se empeñan en ver. Allí no había “depravados” “desviados” “con conductas desordenadas”… Allí había gente, pueblo llano: homosexuales, padres de homosexuales, cristianos homosexuales… y muchos heterosexuales. Gente que está hasta harta de aguantar durante tantos siglos que se les humille a si mismos o a sus familiares o amigos por haber nacido maricón o lesbiana. Allí había gente que te pedía perdón si te rozaba o te pisaba sin querer, gente con la que con dos palabras iniciabas una conversación; y con ganas de pasárselo bien y de disfrutar de estar juntos luchando a base de música y baile (sin bombas ni portaaviones) contra una discriminación de siglos.
Allí sentí que se iniciaba la culminación de un proceso de tolerancia que en la sociedad se viene fraguando desde que el 28 de junio de 1969 (ver artículo anterior de este que escribe) unos maricas de nueva york se rebelaran contra los policías que una vez más venían a pegarles sólo por ser maricas. Y allí sentí una vez más que la sociedad, los homosexuales, sus padres y madres, sus amigos, sus vecinos se habían adelantado a las instituciones e incluso al mismo lenguaje. Todavía subsiste un lenguaje machista cuando ya nadie que tenga una mínima cultura es machista. De la misma manera subsisten expresiones atávicas como “maricón” “mariconazo” y todas sus variantes insultantes, cuando ya poco daño quiere infligir el que lo dice y poco daño hace al insultado.
El otro día un amigo, padre de dos hijos me animó a ir a la manifestación porque él no podía saber cómo le iban a salir sus niños, pero si le salían “de la acera de enfrente” quería que se encontraran un mundo mejor, más tolerante. Cuando llegué a la manifestación lo primero fue una plaza llena de gente de todo pelaje. Desde un camión, un bombero lanzaba un chorro enorme de agua hacia arriba para refrescar a los asistentes. Desde que me ví saltando de alegría con todos los que allí había, bajo un chaparrón artificial, todos mirándonos como si fuéramos de la misma familia; y la mezcla de agua y sol nos regaló un arcoiris invadiendo la plaza de Neptuno. Desde ese momento supe que mi amigo podía estar tranquilo y que sus hijos se criarán en un sociedad más abierta, más tolerante con lo diferente. Un mundo más amable, más humano, menos raro, que decía la canción. Y eso, por mucho que le pese a la conferencia episcopal y los dinosaurios y catetos que aún pululan.
1 no pudieron callarse:
Kaótiko, siempre hay a quien le asustan las diferencias,quien no se ha preocupado de autocuestionarse su sistema de creencias y medidas.A veces pienso en la revolución armada,otras confío en la evolución del ser humano.De cualquier forma me gusta encontrarme con ese sector retrógrado de la iglesia católica para darle caña.Disfruto viendolos ponerse nerviosos y al final me gusta tirarle un besito a los curas.Aún no he conseguido que me excomulguen...
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