Vagabundos
Soy Javier Vidal. Nací en Ronda el 28 de Junio de 1969, a las 6:45 horas. Fue un parto rápido, fácil para el médico, indoloro para mi madre. Al único que se ve que le dolió fue a mí, que no paraba de llorar. De otros niños que dan patadas se dice que serán futbolistas; yo pertenezco al otro cincuenta por ciento: a aquellos de los que se dice, en un alarde de originalidad, que serán cantantes. Estoy inscrito en el tomo setenta y cuatro, página trescientas veintinueve del registro civil de Ronda. Cuando niño era muy mono y siempre que alguien se acercaba a mi cuna le zampaba una sonrisa. Tengo varias anécdotas de aquella época, que mi madre me ha contado y que me sigue contando algunas veces, cuando se va la luz y nos quedamos sin tele y encendemos una vela. Y me cuenta cosas de cuando ella y mi padre eran más chicos, o cuando se casaron, y vivía mi abuela y mi abuelo criaba canarios; y mi abuelo materno a quien no conocí se presentaba por las mañanas con higos y frutas de su campo. Entonces sería un gusto aparecer en aquellas vidas con mi sonrisa y mi cara como una papa, mecido de brazo en brazo, de beso en beso.
Hoy, a las 6:45 de la mañana he cumplido treinta y seis años, fíjate. De los más de seis mil millones de habitantes de este mundo, calculo que habrán sabido de mi existencia unas nueve mil personas, con el riesgo de quedarme corto. De esas nueve mil, con unas mil personas habré tenido trato directo, unas trescientas lamentarían mi muerte, unas doscientas me apreciarán, unas setenta y cinco me querrán, unas diez me consideran necesario en sus vidas y una o dos me consideran muy necesario. Pero a estas alturas a nadie le interesa ya dónde nací ni cómo ni si era mono cuando chico o si llegué a ser cantante o sonreía desde la cuna.
Dentro de cuarenta y tantos años seré un viejo casi anónimo vagando por las calles de mi pueblo, como cualquiera de los viejos casi anónimos que veo ahora y que no conozco. Entonces, de los catorce mil habitantes del pueblo, mil sabrán de mi existencia, conocerán mi nombre ciento cincuenta, me llamarán por mi nombre quince y lamentará mi muerte alguno que otro. Las anécdotas de cuando era chico, incluso las de cuando fui maduro, me las quedaré para mi; si acaso las reviviré algún día en un asilo perdido mientras que la baba resbale por mi barbilla y no sepa seguro si las he vivido, soñado o visto en una película. A nadie le importará qué cara tenía antes de cumplir los sesenta ni cómo se llamaba mi abuela, o que hacía a los veintitantos años en un banco de la plaza, a las tres de la madrugada, ni con quien estaba ni de qué hablaba.
Dentro de sesenta años tan sólo mis sobrinos, si acaso, se acordarán de mí. Seré un muerto más entre todos los muertos; esperando, como esperan todos los muertos, a ser olvidados definitivamente. Y cuando eso ocurra, cuando ni siquiera vivan los pocos que me recordaban ya, cuando alguien formatee el disco duro de este ordenador y los bits en los que se guardan las páginas del Pandemonium se conviertan en otro tipo de código o de algo, entonces me apagaré con todo lo que fui, lo que viví, lo que sentí; con mi sonrisa desde la cuna, con el cariño de los que me quisieron. Mis recuerdos se fundirán en el olvido y todo lo que he sido desaparecerá o se transformará en algún tipo de energía o en polvo. Algún día un habitante del futuro me encontrará ensuciando su mesa y me limpiará con un paño, o soplará para que siga vagando.
Ahora vengo de tomarme una cerveza acompañado de gente que me llama por mi nombre. Hemos hablado de muchas cosas mientras agradecíamos el aire de la noche y el ruido de la calle. No sé por qué pero de pronto he sentido que soy feliz y por un momento he sentido que ese sentimiento, ese momento se quedará conmigo; no para siempre, sino sólo hasta que mi cuerpo y mis recuerdos nos hayamos confundido en energía o en polvo que siga deambulando infinitamente este universo de vagabundos.
Hoy, a las 6:45 de la mañana he cumplido treinta y seis años, fíjate. De los más de seis mil millones de habitantes de este mundo, calculo que habrán sabido de mi existencia unas nueve mil personas, con el riesgo de quedarme corto. De esas nueve mil, con unas mil personas habré tenido trato directo, unas trescientas lamentarían mi muerte, unas doscientas me apreciarán, unas setenta y cinco me querrán, unas diez me consideran necesario en sus vidas y una o dos me consideran muy necesario. Pero a estas alturas a nadie le interesa ya dónde nací ni cómo ni si era mono cuando chico o si llegué a ser cantante o sonreía desde la cuna.
Dentro de cuarenta y tantos años seré un viejo casi anónimo vagando por las calles de mi pueblo, como cualquiera de los viejos casi anónimos que veo ahora y que no conozco. Entonces, de los catorce mil habitantes del pueblo, mil sabrán de mi existencia, conocerán mi nombre ciento cincuenta, me llamarán por mi nombre quince y lamentará mi muerte alguno que otro. Las anécdotas de cuando era chico, incluso las de cuando fui maduro, me las quedaré para mi; si acaso las reviviré algún día en un asilo perdido mientras que la baba resbale por mi barbilla y no sepa seguro si las he vivido, soñado o visto en una película. A nadie le importará qué cara tenía antes de cumplir los sesenta ni cómo se llamaba mi abuela, o que hacía a los veintitantos años en un banco de la plaza, a las tres de la madrugada, ni con quien estaba ni de qué hablaba.
Dentro de sesenta años tan sólo mis sobrinos, si acaso, se acordarán de mí. Seré un muerto más entre todos los muertos; esperando, como esperan todos los muertos, a ser olvidados definitivamente. Y cuando eso ocurra, cuando ni siquiera vivan los pocos que me recordaban ya, cuando alguien formatee el disco duro de este ordenador y los bits en los que se guardan las páginas del Pandemonium se conviertan en otro tipo de código o de algo, entonces me apagaré con todo lo que fui, lo que viví, lo que sentí; con mi sonrisa desde la cuna, con el cariño de los que me quisieron. Mis recuerdos se fundirán en el olvido y todo lo que he sido desaparecerá o se transformará en algún tipo de energía o en polvo. Algún día un habitante del futuro me encontrará ensuciando su mesa y me limpiará con un paño, o soplará para que siga vagando.
Ahora vengo de tomarme una cerveza acompañado de gente que me llama por mi nombre. Hemos hablado de muchas cosas mientras agradecíamos el aire de la noche y el ruido de la calle. No sé por qué pero de pronto he sentido que soy feliz y por un momento he sentido que ese sentimiento, ese momento se quedará conmigo; no para siempre, sino sólo hasta que mi cuerpo y mis recuerdos nos hayamos confundido en energía o en polvo que siga deambulando infinitamente este universo de vagabundos.
6 no pudieron callarse:
gracias a los que me han leido. que te lean es una forma de sentirse vivo. Recuerdo cuando paseaba por el paseo marítimo de cadiz en época de estudiante y cuando volvía caía en la cuenta de que NADIE me había mirado. Lo primero que me entraba era complejo de mediocre. Debía tener un aspecto tan insulso que me podía mimetizar con una farola o con una maceta. En aquella época, en la que era un poco más coqueto aquello como que dolía. Pero lo segundo que me entraba era una desazón por haber pasado TAN desapercibido, demasiado. Por eso me gusta mirar a la gente. O leerla en vuestro caso. Es una forma de darnos vida, de sentir que pasamos por el mundo con pena y con gloria, que siempre será mejopr que lo contrario. Cuantaslunas, me quedo muerto. no sabía que eras tú. Tu sonrisa es un regalo para tus amigos, tus compañeros de trabajo y para tus pacientes.
Vengo ahora del norte,más al norte aún,he llegado hoy y como siempre,cuando la belleza de este mundo se me atraganta y me emociona,TÙ,eres una de esas personas qué más echo de menos para compartirla.Ojalá que no pasees por las calles del pueblo como "el Tamariz" sin haberme hecho caso.Aún no sabes como te gustarían estos lagos....Te dedicaré un post en breve como tenía pensado.Un besazo mu gordo de cumpleaños
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