Pequeños remansos

Ayer vino mi niña a verme. Traía unos pantaloncitos azules cortos, y una camiseta blanca de tirante gordo y manga entrada a la sisa –como las antiguas camisetas interiores de hombre-. El pelo recogido en una cola despeinada, que le dejaba algunos de sus mechones largos castaños a la cara, y las manos metidas en los bolsillos. Su sonrisa de piel morena, hizo que mis ojos chisporrotearan al verla. Estaba más preciosa que nunca. Le di un beso, la cogí en mis piernas, y ante mi asombro –raramente permanece unos segundos quieta-, me abrazó durante largo rato, sin moverse…hasta que me preguntó al oído si cuando me pusiera buena del todo iba a ir con ella a la piscina. Tardé unos instantes en contestar –me costaba volver a la realidad-…luego la miré, le sonreí y le dije “claro, con mi minibikini verde”, y ella soltó una carcajada.

…Hubiera prolongado horas y horas este abrazo, horas y horas esa sensación de bienestar, de quietud, de paz, y sobre todo de sentirme a salvo -como cuando era niña y jugando al pilla- pilla llegaba al punto donde nadie me podía coger-, protegida de todo daño…y por una niña de apenas cinco años.