Testigo mudo

Hay veces que un lugar es testigo mudo de demasiadas confidencias vitales. Echando mano de mi memoria, creo que en mi caso, no es “mi casa” este testigo, los que me conocéis sabéis que un poco por vocación y un poco más por necesidad soy bastante nómada…Sin embargo, estas cuatro paredes desde las que hoy os hablo, han visto mucho, han escuchado mucho y quizá han vivido más (porque los silencios y lo opaco, aunque no se escuche, lo primero, ni se vea lo segundo, también se viven, sobre todo se viven) …

…Si pudiera preguntarles, ¿qué queda de aquellas noches de primavera de 2004? ¿Y de aquellas otras de verano de 2005? ¿Y, más atrás, de tardes y tardes de invierno, de primavera, de otoño y de verano, que se sucedían año tras año, intentando aprender algo para salir algún día de la ignorancia que creía –creo que muy acertadamente- que sería estructural en mí?...Y de eso queda, sobre todo, lo relativo a las personas. Veo unos momentos y otros, y sólo me recuerdo apasionada, disimulándolo de la forma que fuese, camuflándolo de mil cosas y obligaciones distintas, por las relaciones con las personas que de alguna u otra forma formaban parte de mi vida, y por la fascinación que me provocaban las relaciones humanas que había debajo de cada labor diaria, de cada tarea, de cada pequeño trabajo…

…El observar al otro, el intentar entenderlo, el hacerme entender, el escuchar, el intentar siempre dialogar, conciliar, facilitar, mediar, comprender, aceptar…con la absoluta certeza de que este acercamiento, este intentar conocer al otro, iba a manifestarse en poco tiempo en no “reconocer lo aprendido”, y por tanto, siempre en sorprenderme, y siempre en volver a empezar de nuevo fascinándome…Hoy pienso, que si estas paredes pudiesen hablar sus canas empezarían ya a dejarse ver, y quizá me dirían que queda mucho… incluso todavía demasiado orgullo absurdo, demasiada falta de entendimiento y demasiadas rupturas con apariencia de tiempos muertos...