Electrocardiograma
El faro se ha ido apagando hasta dejar un impreciso hilo de luz rasgando la noche inmensa; dando vueltas, apareciendo y desapareciendo, como marcando los débiles latidos de un ser que agoniza.
El mar se ha quedado quieto, más quieto que nunca. Las tímidas olas se acercan a la orilla como si nada las empujara, como los últimos estertores de un moribundo.
La aplastante oscuridad de esta noche sin consuelo me oprime, me comprime. Me deja arrojado sobre la arena, crucificado en el abandono, muriendo estas últimas horas demasiado tempranas.
Varado en la orilla del desastre mis ojos velados buscan sin consuelo tus ojos apagándose. Tus grandes ojos vaciándose de luz, sin que yo pudiera recogerla, reflejarla, tomarla para devolverla, para construir una mañana.
Lo inevitable se ha abalanzado sobre nosotros, como una avalancha; vomitando un torrente de razones y de momentos que no llenamos, que se quedaron. Y nos ha dejado separados, incomunicados. Cerca estás y qué lejos estamos.
Entono una oración para pedir nada. No me atrevo, no merezco mi confianza. Ya cometí demasiados errores; ya destrocé mi casa y tu casa. Los días arrecian, el tiempo avanza y estoy sin ganas.
Pero en el fondo de este pobre moribundo, desde el centro de mi corazón humilde, pequeño y torpe todas las células rezan una plegaria para volver a ver luz en tu mirada, tus grandes ojos llenos de luz; tu boca llena de risa, tu casa llena de vida… Y mi vida rebosante de ti.
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