pandemonium invierno Pandemonium: UN CROISSANT DE TRUFAS

sábado, septiembre 18, 2004

UN CROISSANT DE TRUFAS

Jamás olvidaré el placer que experimentaba al morder, lentamente y a bocaditos pequeños, la textura porosa y recién horneada de los bollitos de leche rellenos de trufas que compraba mi madre en la panadería de la Señora Porfiria…Eran tiempos felices, todas las personas que quería vivían a mi lado…
…Pero, un día, sin saber por qué, mi paladar cambió. Los bollitos de la Señora Porfiria empezaron a antojárseme demasiado dulces. Imposibles de digerir; así que dejé de comerlos. Esos y los que probé sin éxito en decenas de panaderías y pastelerías de todos los sitios a donde iba. Entendí que esa especie de bollos o croissants de trufas –como los llamaba mi madre- habían dejado de gustarme. Vivía entonces una época difícil, el traslado del que mis padres llevaban hablando durante los últimos años, porque era mejor para nuestra educación futura, finalmente se llevó a cabo. Nos fuimos a otra ciudad y dejé a mis amigos de siempre, los que habían crecido conmigo. La idea de crecer y comenzar a separarme de algunas de las personas que más quería me hacía, a menudo, sentirme triste.
…Con el tiempo, me acostumbré al cambio. Hice nuevos amigos en el Instituto y más en la Facultad. Me volvía a sentir feliz. Una tarde, mientras preparaba el examen de Estadística del día siguiente, mis padres se presentaron en casa con un croissant de trufas para mí. Mi primera reacción fue de rechazo. Todo el mundo sabía que hacía mucho tiempo que habían dejado de gustarme; pero, ante la insistencia de mi madre, lo probé una vez, dos, tres. La trufa se me derritió en la boca; y volví a experimentar el mismo placer que al saborear los bollitos de la Señora Porfiria. Cada vez que podía me premiaba con saborear un croissant de trufas. De nuevo mi paladar había cambiado.
No sé en qué momento fui consciente de que mi felicidad se regía por las personas queridas que tuviera a mi lado. Ni cuándo se me ocurrió pensar que podría existir una relación entre mi estado de felicidad y mi capacidad para disfrutar saboreando los croissants rellenos de trufas. Sólo sé, que ahora, que vivo un período de cambios, compaginando los atracones de personas queridas, con la ausencia de las mismas, a menudo imagino que a lo mejor no está tan claro qué hecho desencadena a cuál y que quizá sólo me falte, en muchos momentos, un croissant de trufas para ser feliz.

E. Murillo

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